Los fósiles nos permiten conocer la vida en tiempos remotos y, por tanto, su análisis es imprescindible en el estudio de la evolución.
Un fósil es cualquier resto de un ser vivo que abito en el pasado , o cualquier evidencia de su actividad, que ha llegado a nuestros días gracias a su mineralización o conservación en las rocas.
Hay muchos tipos de fósiles. Podemos distinguir, por ejemplo, los restos de partes duras, los moldes corporales y las huellas de actividad.
El estudio de los fósiles proporciona mucha información. El problema es que, generalmente, solo se conservan conchas y caparazones, o sus moldes, mientras que las partes blandas, los tejidos corporales, se pierden. No obstante, en algunos casos en los que se dan unas condiciones de fosilización excepcionales, se conservan las partes blandas de los fósiles.
Un ejemplo, de conservación excepcional de fósil es el que se produce gracias al ámbar.
El ámbar es resina fósil. A veces, cuando esta resina cae del árbol, engloba algún insecto o algún otro pequeño animal, que se conserva en el interior de la resina y llega a nuestros días perfectamente conservado.
El proceso de fosilización es realmente raro y depende de muchos factores. Por tanto, los fósiles son escasos y no se encuentran más que en rocas que se formaron bajo unas determinadas circunstancias, favorables a la preservación de fósiles.
La fosilización consiste en la sustitución de las estructuras orgánicas por especies minerales que, a su vez, sufren sucesivas sustituciones (silicación, piritización y fosfatación) con el tiempo.
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